Antonio Cantón.- 29/10/2025
Nombrar a Enrique Martínez Leyva es hablar de radio, de publicidad, pero también de creación y emprendimiento desde la niñez
Conocí a Enrique siendo niños, yo con diez y él con unos 13, en el seminario de Cuevas del Almanzora. Tres años son muchos a tan temprana edad, por lo que yo lo miraba como se observa a los mayores, con cierta distancia, interés y algo de admiración. Nunca se me olvidarán los deliciosos momentos de los que disfrutaba escuchando la “Sinfonía de los juguetes”, de Mozart, en las mañanas de los domingos cuando sonaba el programa del prefecto del seminario, Jseús Peinado, en el que Enrique ya hacía sus primeros escarceos en radio. Y aún acostumbro a ponerme esa sinfonía cuando necesito unos momentos de paz y tranquilidad.
Pero yo ya tenía noticias de Enrique desde antes de conocerle, porque mi padre, Fernando Cantón Gutiérrez o “Fernando Pampanico” (hago este inciso porque un lapsus ha motivado que en el libro aparezca el nombre de mi hermano Juan en lugar del de mi padre) siempre me hablaba de él, de lo trabajador y luchador que era, de que en el Ford mixto con el que mi padre (además de ser agricultor hacía la línea regular de viajeros y mercancía de Guardias Viejas a Almería) llevaban los “présules”, los tomates y otras hortalizas que cosechaban en la finca de la Venta del Viso donde Enrique vivía con su madre y hermanas, hasta la alhóndiga en El Ejido donde Enrique se preocupaba de todos los asuntos. Siempre destacaba mi padre el interés, la ilusión que Enrique ponía en todo lo que tenía que ver con el trabajo del campo, con un grado máximo de responsabilidad a pesar de ser tan niño. Y ahí fue donde Enrique comenzó a “trillar” los campos y calles de Almería, hasta que saliera humo de sus zapatos.
Mi admiración por Enrique continuó años después cuando, transistor en mano, escuchaba aquellos programas musicales de radio como “Plataforma Mundial del Disco” que a los jóvenes de la época nos transportaban a lugares remotos, con esa voz y pronunciación, con los nombres de las canciones en un perfecto inglés o así nos lo parecía a los que no hablábamos más allá del “andaluz almeriense” y un poquito de francés, que a mí siempre me recordaban los programas también musicales de José María Íñigo que escuchaba por las noches, cuando las ondas de las emisoras de Madrid, Onda Media por supuesto, se difundían hasta los campos de El Ejido gracias a la magia nocturna.
Coincidí más tarde con Enrique en la “redacción abierta” del periódico IDEAL siendo yo corresponsal en El Ejido y, más tarde realicé algunas colaboraciones en la revista “Almería Semanal” que fundó Enrique y que dirigía mi paisano y amigo Manolo Acién.
Pero cuando más relación tuve con Enrique Martínez Leyva fue cuando Manolo Acién y yo nos lanzamos a la aventura de editar un periódico, el Semanario Poniente, con una estrecha relación con la agencia de publicidad Plataforma, que Enrique había llevado a ser cabeza publicitaria en Andalucía. Y ahí seguía admirando su pasión por el trabajo y por los logros, como cuando se me ponía la carne de gallina al observar con qué entusiasmo me contaba que habían conseguido grabar el ruido que producían las plantas de pepino al crecer por la noche, el Pepinex de Sluis & Groot que era el de la época.
Enrique, mereces no sólo la admiración, sino también el reconocimiento y el respeto por todo lo que nos has regalado a las gentes de esta Almería. Y gracias por hacernos revivir los momentos de ilusión y esperanza de esos años con tu libro «Humo en los zapatos»


